José Tomás se vistió de albero y oro para afrontar su tercer compromiso. En la plaza de Bayona no cabía un alfiler. Lleno hasta las banderas. Era su regreso a Francia. Salió el sol después de una noche lluviosa y oscura. Apareció el negro toro de Jandilla por toriles con la punta de diamante encendida en cada pitón. Enseñándolas. Las puntas digo. JT abrió el compás en las verónicas traídas por delante con el toro muy embebido en las telas. La carga en los talones, la suerte cargada. El terreno también. Un tropezón antes del remate improvisado más allá de los medios. En largo dejó al jandilla para el puyazo. El jandilla así como un punto montado. Y tras la vara se colocó el capote a la espalda y ciñó unas gaoneras en la versión eterna de la pierna adelantada. Lo que antes se reducía a un atragantón tal y como antes las interpretaba, ahora es un lance. Pero las zapatillas siguen igualmente clavadas. Un lance bárbaro de ajuste como la última, anulados los espacios. Brindó el torero al público y en el tercio lo abrió por alto en pases de bandera, uno por aquí, otro por allá. Al toro de faltaba ritmo, que no nobleza; entrega hasta el final, que no bondad. La derecha por abajo ligada hasta una trinchera transmutada en molinete. Todo envuelto en el silencio y la solemnidad. La siguiente tanda se cerró con un cambio de mano por delante y el de pecho empalmado. Escarbaba el toro y José Tomás se colocaba con la pierna adelantada y el pecho ofrecido. O sea, por lo clásico. A izquierdas el toro todavía acababa menos y los naturales terminaban como en soledad. Una sola serie fue. Amagó el toro con rajarse cerca de chiqueros y JT se lo llevó a los terrenos opuestos. El péndulo en las cercanías se rompió en una espaldina. Las sombras de los pitones hacían dibujos en la taleguilla. El cierre por alto y una estocada le entregaron la oreja. Se pidió una segunda. Pero una tenía su propio peso.
El quinto traía bastas hechuras y un ronquido atávico en sus bronquios. Todo lo que sacó José Tomás fue por su trato suave, su tacto, para ayudarle a despegar sobre la mano derecha. Una nobleza sin clase que en cuanto le apretase amenazaba con acabarse. Ni siquiera hizo falta tras tres series de temple supremo y pulso. Cuando agarró la izquierda el toro se resistía y cuando le exigió finalmente se desfondó. Escarbó mucho. La última tanda aún apuró con prolongación que que no daba más de sí. Dobladas para cuadrarlo y estocada en todo lo alto. La muerte fue bella y resistente. Dándole vueltas al toro con a mano. Cayó el aviso como en el anterior. El toro estaba muerto en pie. No cobró vuelo la faena.
Juan Mora, que reaparecía del tabacazo de Pamplona, estuvo breve pero muy bien con el capote con un toro que derivó en bronco con corto viaje. A la gente le sorprendió cuando desenfundó de la muleta la espada de verdad. Y la brevedad, claro. Sin tino el acero, ciertamente. El cuarto lucía dos lascas de impresión. Astifino hasta la cepa. Mora abrochó el saludo con una media verónica dormida. Juan Mora anduvo muy torero. A veces uno piensa que Juan en su romance sueña que el toro lo va a hacer todo solo y a su airte. Y un par de veces se le quedó en mitad de la suerte. Pero lo cierto es que a su aire el jandilla iba. Los bayoneses no se enteraron mucho de la torería. Y ni siquiera el cierre de faena con tanto sabor les supo a nada. A mí sí. Hasta el pinchazo arriba tuvo su cosa. Saludó solamente desde el tercio.
Juan Bautista le cortó una oreja al bajo tercero, rajado pero muy manejable en su terreno y en su querencia. Visto el sexto, el lote en hechuras era el de Bautista. Un volatín de salida y otro casi en un quite de Juan Mora mermaron al toro pero también indicaban donde colocaba la cara. Jean Baptiste brindó a José Tomás. Había poco que brindar. La sombra de Nuñez del Cuvillo planeó sobre la tarde desde El Puerto de Santa María. Una estocada cabal le ascendió a una oreja por si sola.
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