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viernes, 1 de octubre de 2010

Talavante se queda sin oreja por la espada

La sustitución de José María Manzanares por Oliva Soto apenas se notó en unos tendidos esponjados pero cubiertos. Y lejos de ser una grata señal, preocupa: la gente saca el abono y va a piñón fijo toree quien toree. Es una lectura. Habrá otras.
Oliva Soto confirmó alternativa con un buen toro de Cuvillo. Buena la embestida por la mano derecha. Lanceó con desparpajo y cerró con una media verónica con chispa. Se soltó el toro en el caballo y luego cobró un largo puyazo. Un quite del Cid a favor de querencia terminó en un desarme y otro de Soto a favor también de tablas en una luminosa larga afarolada. La faena de Oliva, que brindó a la Infanta Elena, empezó vibrante y en largo y se fue a menos poco a poco cuando hubo que enganchar por delante.
El Cid, que ejerció de maestro de ceremonias, se espesó muchísimo con un cuarto basto y de sosa y brutota docilidad. Faena muy larga que desembocó en una voltereta cuando le perdió la cara en el cierre. Resolvió a la tercera con la espada. Como en el anterior de su lote, un toro bien hecho y tocado arriba de pitones. No humilló nunca del todo, con un aire despistado. Sobre la izquierda le sorprendió. Suele ser habitual en El Cid que los toros le sorprendan y, claro, viene la rectificación seguidamente. Le faltó clase a sus dos toros como en general a la corrida de Núñez del Cuvillo. Y fondo. Nobleza hubo. De Cuvillo siempre se espera más.
Alejandro Talavante se arrimó de verdad con un toro altón, feo y estrecho. Como casi todos manseó. No descolgaba. El arranque por estatuarios no parecía el más adecuado, pero una espaldina de repente metió al personal en la faena. De ahí en adelante la mano diestra aprovechó ese buen inicio de embestida, firme y embraguetándose en serio con el toro. Sabroso el codilleo. Un natural inmenso y un broche de trincherilla que no sería el único. Siguió con la zurda y, tras dos adornos, le endilgó dos naturales soberbios. La faena fue un salpicón de las mejores cualidades de Talavante cimentadas sobre la base de una excelente actitud. La espada que le amarga la vida se la volvió a amargar y le privó de una oreja quizá. Porque la gente se calentó mucho con las bernadinas finales. Atragantón incluido. De esa se fue a la enfermería, tras saludar una ovación.
Hubo que correr turno y el quinto, mansito de caballos, tuvo un punto de viveza y capacidad para humillar. Oliva había tenido el lote de la tarde en su mano. Faltó fuelle en el corazón del torero.
Alejandro Talavante
El sexto era muy serio por delante. Muy rematado. Pero no remató nunca su embestida. Noble pero sin rebosarse ni irse. Talavante quiso con disposición.

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